Tengo una urna de mariposas.
Una por cada una
de las palabras del periódico.
una por cada una
de las palabras dichas en las despedidas.
Una por cada niña salvajemente consumida.
Por cada lágrima espesa del bosque arrasado.
Por cada uña quebrada de escarbar la tierra dura.
Tengo motivos para no ser feliz,
y sin embargo
sigo peleándome tu mensaje de cada día
con la codicia de quien ha pasado mucha hambre,
mucho sueño,
mucho asco.
Como las chicas fuertes,
guardo mis lágrimas para los grandes momentos,
para los momentos importantes,
cuando una tiene que estar a la altura,
llorarlas solo
cuando vale la pena.
Porque las chicas fuertes,
como es sabido,
no lloramos por tonterías.
Tu carta es un breve sí o no,
un mensaje en el teléfono,
esa corta esperanza que hace que las horas sean más leves
y una no salga en desbandada a atiborrarse de pastillas
en la pausa del desayuno.
Pero a veces es tentador.
Yo giro la cabeza y sigo caminando.
Leo y recorto los periódicos,
los vuelvo a su estante
y sigo caminando.
Después me tomo un sorbo a escondidas de mi petaca de whisky
y sigo respirando,
como si no pasara nada.
Porque respirar es una acción inconsciente y automática.
Miro el reloj y celebro que estoy viva.